CRISIS DE LAS DEUDAS EUROPEAS Y CRISIS GLOBAL                     

La crisis de las deudas soberanas de los bancos europeos y del euro surgió en un contexto de crisis económica y financiera global, y lo hizo en un periodo muy corto de tiempo. En 2007-2008, en el ámbito fi­nanciero, los mercados de títulos y de productos derivados de Wall Street y de la City fueron el primer epicentro. Y dada la dimensión y el grado de implantación del shadow banking system («sistema de ban­ca en la sombra», del que hablaremos más adelante), así como la debi­lidad, pese a las declaraciones del G20, de las medidas de supervisión introducidas en mayo de 2009 en Londres, inevitablemente volverán a ese epicentro antes o después. Tal es la opinión de algunos econo­mistas estadounidenses críticos, que esperan un nuevo episodio de crisis financiera sistémica1. Por el momento, el punto neurálgico de la crisis financiera se sitúa en la zona euro.



En segundo plano, una gran crisis global no acabada
Las crisis capitalistas siempre han sido simultáneamente económicas y financieras, y además, excepto muy raras excepciones, han estallado en el sector bancario o en la Bolsa. Sin embargo, con frecuencia se si­gue reduciendo la actual crisis económica global a su aspecto finan­ciero, tanto en su origen como en sus procesos. De hecho, estalló en unos compartimentos muy precisos del sistema financiero, y su pro­gresión ha tomado la forma de sacudidas financieras más o menos vio­lentas. Una configuración macroeconómica y macrosocial dominada por las finanzas -un «régimen de acumulación financiarizado o domi­nado por las finanzas»- que ha manifestado sus límites, hasta el punto de casi explotar en pleno vuelo a finales de septiembre de 2008. Pero en segundo plano ha tenido lugar una sobre acumulación de medios de producción y una sobre producción de bienes.




Igualmente, la crisis económica y financiera se circunscribe en el seno de otra crisis mucho más amplia. En todas partes, la interpene­tración entre el paro elevado y el empeoramiento de las condiciones de trabajo se superponen y se mezclan con fenómenos de una ampli­tud sin precedentes o de una novedad radical. La crisis alimentaria tiene un carácter crónico, agravado por los movimientos especulati­vos que golpean primero a poblaciones vulnerables en muchas partes del mundo, desde el continente indio a la zona del Caribe, pasando por Africa. La crisis del cambio climático, entendida como crisis de las condiciones de reproducción social que conduce a la destrucción de ecosistemas en diferentes partes del planeta y a la degradación de la biosfera, posee un carácter de novedad total. Estos procesos múlti­ples e interconectados por la crisis no son vividos de la misma forma en todas partes. La crisis de las deudas europeas y del euro está mar­cada por esta discordancia de impactos, y por tanto de tiempos de toma de consciencia.

Ya sólo desde el punto de vista económico, la crisis pertenece a la categoría de «crisis muy grandes2», aquellas que marcan los límites de ciertos mecanismos y compromisos institucionales que durante cierto tiempo han contenido las contradicciones del capitalismo. Pero el fallo de tales mecanismos y compromisos no supone su rápida sustitución; por el contrario, los periodos de transición suelen ser largos y caóticos. Además, el que la crisis sea muy grande no implica que se trate de una «crisis final del capitalismo». En primer lugar porque el proceso de «me­tamorfosis en propiedad social de la propiedad capitalista» no es nada fiicil. Incluso si la propiedad social se beneficia potencialmente de «la socialización del trabajo y la centralización de sus recursos materiales» resultantes del desarrollo del capitalismo, y se basa en cierto modo «en el modelo de producción colectivo» creado por dicho capitalismo3, el c amino que conduce a tal transformación está plagada de trampas, y la experiencia del siglo XX ha demostrado que las de naturaleza política no son las más fáciles de sortear. Y en segundo lugar, porque el capitalis­mo ha encontrado en Asia un inmenso campo de acumulación, que ha atraído a los capitales sedientos de plusvalías procedentes de antiguos polos dominantes y motores de la economía mundial.