Las presiones sobre la clase media empujan al desastre                     

La disminución de la parte de los salarios en el PIB, el incremento de las diferencias en la escala de salarios, así como la polarización de los ingresos y los patrimonios desarrollados a partir de 1980 por efec­to de la financiarización y agravados durante los años 90, han agudi­zado cada vez más este problema. En el caso de Estados Unidos, la parte del ingreso doméstico percibido por el 1 % de los habitantes más ricos creció del 9% al 13% en tan solo 4 años, entre 1987 y 19915. Para satisfacer a los accionistas y devolver lo prestado a los acreedores pro­pietarios de obligaciones emitidas por ellas, las empresas han tenido que reducir sus inversiones e imponer a sus asalariados una tasa de crecimiento de los salarios reales muy inferior a la de la productivi­dad6. El aumento de la competencia entre trabajadores debido a la li- beralización de los intercambios y a inversiones directas recogidas en el Tratado de Marrakech (1994) en el plano global, y los de Maastricht (1992) y Niza (2001) en el plano europeo, ha acentuado aún más el movimiento de descenso de los salarios reales.


La llamada al «ejército industrial de reserva» ha sido siempre un medio de presión a la baja de los salarios, medio complementario al cambio técnico. De alguna forma, la inmigración ha contribuido fuertemente dependiendo del país. La liberalización de los intercambios y de las inversiones ha reac­tivado el proceso a gran escala. La entrada en 2001 de China en la OMC (Organización Mundial del Comercio) y la plena integración de la India en el mercado global han provocado un salto cualitativo en la competencia entre asalariados de país a país y de continente a continente7. De esta forma, el capitalismo se ha encontrado con dos problemas: por un lado, era preciso encontrar el medio de enfrentarse a la «insaciabilidad de las finanzas» cuando la tasa de crecimiento de la producción disminuía bajo el efecto conjunto del descenso de la in­versión y del poder adquisitivo de los salarios; por otro, había que lo­grar conservar, por razones políticas y sociales a pesar del descenso de la parte de los salarios en el PIB-, un nivel de empleo más o menos satisfactorio en el seno de los países en los que la implantación de las finanzas hubiesen sido más profundas.




La «insaciabilidad de las finanzas» se intentó paliar, por un lado, por una aceleración de la globalización. La liberalización de los inter­cambios y de las IDE hizo de los países emergentes un emplazamien­to cada vez más importante de producción a bajo precio, y por tanto de beneficios elevados dirigidos hacia las grandes plazas financieras8. La parte no europea de las cifras de negocio y de beneficios de las em­presas del índice CAC40 no ha dejado de aumentar. Por todo el mun­do, la liberalización y las desregularización implantadas en todos los ámbitos han acelerado la destrucción de formas de producción aún no completamente sometidas al capital, lo que David Harvey deno­mina la «acumulación por desposeimiento9». El creciente recurso al endeudamiento hipotecario al que se asiste desde 2003 en los países industriales pretendía satisfacer ambas exigencias.



Los préstamos hi­potecarios y al consumo han sostenido el empleo, la demanda y la creación o extensión de capacidades de producción en ciertos secto­res, en particular la construcción y el automóvil. Igualmente, han constituido una de las principales fuentes de beneficio bancario: en 2007, la tasa de endeudamiento como porcentaje de sus ingresos to­tales era del 176% en Irlanda, 145% en Reino Unido, 138 % en Esta­dos Unidos, 123 % en Canadá, y 115 % en España. Incluso en Francia había alcanzado el 70% en 2007, cuando en 2003 era del 56,6%. En­tre 2000 y 2007, las deudas de los hogares estadounidenses aumenta­ron más de lo que lo habían hecho en los veinticinco años preceden­tes. En 2007, su tasa de endeudamiento era un 27% superior a la de la tendencia a largo plazo calculada desde 1970. El núcleo ha sido el en­deudamiento hipotecario, ya que la propiedad de un bien inmobilia­rio sirve de colateral que permite obtener nuevos préstamos. El bene­ficio de los bancos se ha alimentado de intereses y de comisiones diversas ligadas a una amplia gama de créditos propuestos a los hoga­res10. La rentabilidad de los bancos ha descansado cada vez en mayor medida desde 2002-2003 en una base muy frágil, por ser muy estre­cha (la punta de una pirámide invertida, por así decir).